Un lance muy especial

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Pedro J. Martínez Ángel

Federación Gallega de Caza

Colaborador de Mutuasport

En estos difíciles tiempos de cuarentena que nos está tocando pasar y coincidiendo con lo que hubiese sido el comienzo de la temporada corcera, os voy a relatar un lance muy especial sobre esta especie en tierras gallegas. Desde hace ya algunos años un grupo de amigos tenemos arrendado un coto de caza en la provincia de Ourense, para los recechos de este pequeño ungulado. Casi todos somos arqueros y compaginamos nuestras salidas tanto con arco como con rifle. Hecha esta pequeña introducción os contaré un curioso lance de hace ya tres temporadas. 

 

Una mañana de mes de abril después de recechar y no haber localizado ningún corzo que nos gustase nos reagrupamos en el punto de encuentro para coger el coche e ir a tomar el taco de tortilla a media mañana, algo que se ha convertido en una bonita tradición para nosotros. Salíamos por una pista forestal charlando de los pormenores de la jornada cuando algo me llamó la atención. Le pedí a Miguel que parase el coche para comprobarlo, en la ladera de enfrente algo no estaba como de costumbre. Con los prismáticos comprobamos que unos pequeños pinos dispersos por esa pequeña ladera estaban recién marcados por algún corzo y su tronco sin corteza brotaba savia brillando cual lucero con la luz de un sol que a esas horas empezaba a coger fuerza. 

 

Comentamos de camino al bar que por esa zona no teníamos controlado ningún corzo y que una espera de tarde no sería mala idea para ver quien moraba por aquel paraje. Los días fueron pasando sin que ninguno se acordase de aquel lugar y siempre había otros que nos despertaban más interés. 

 

El 16 de mayo decidimos ir a pasar un par de días con los amigos al monte y con suerte conseguir algún corzo. Salimos a media tarde dirección al coto de caza  y de camino se planteó la incógnita de siempre... dónde íbamos a ir cada uno y claro nadie quería elegir primero por cortesía y compañerismo. Pero fueron decidiendo donde ir esa tarde, me tocaba a mi elegir sitio y en ese momento me acordé de aquellas escorzadas y me decanté por probar suerte allí. 

 

A las seis y media de la tarde ya estábamos cada uno en su zona elegida. La mía era sencilla de llegar, puesto que me apostaría desde una antigua pista forestal donde divisaba el testero de enfrente en el que se bifurcaba un gran valle en dos más pequeños, dejando una pequeña lengua de terreno entre ellos a modo de isla donde supuestamente saldría nuestro corzo. Busqué un sitio cómodo donde colocarme y empecé a preparar el puesto. Cargar el rifle, colocar la mochila para apoyo en el tiro, medir distancias, montar la cámara en el trípode.... 

 

Todo estaba preparado sólo había que esperar y disfrutar del campo.  Poco movimiento se apreciaba por la ladera, hasta las 8 y media. Dando un barrido con los prismáticos me pareció ver moverse una mata en el viso de la loma de enfrente, encendí la cámara y le di zoom sobre la zona para ver de que se trataba. ¡Era un corzo! A simple vista no parecía gran cosa, pero seguí observándolo. Estaba bastante tapado y no se apreciaba con claridad, pero venia careando ladera abajo donde el monte era más escaso.  Levanté la cabeza y le vi algo raro en la cuerna, no me lo podía creer ¡tenia tres cuernos! Medí distancia, 220 metros, una distancia ideal para mi Blaser R93 en calibre 270 win. 

 

Enfoque la cámara y la puse a grabar, tome buen apoyo y lo metí en la cruz. Cuando estaba en buena posición para tirarlo vi por el rabillo del ojo la cámara, no estaba en el plano se me había movido. Lo volví a enfocar y de vuelta al suelo a encararme el rifle. El corzo comía, andaba, se paraba, así se pasaron varios minutos, el corzo estaba tranquilo y ajeno a mi presencia. De pronto pasó por detrás del tronco de un gran pino y desapareció. Me empecé a angustiar al pensar que había perdido la oportunidad de hacerme con aquel bello corzo. Fueron escasos minutos, pero se me hicieron eternos, hasta que volvió a asomar en un claro. Lo busqué nuevamente con la cámara y me dispuse a tirarlo. Se encontraba a 180 metros. Visor a 10 aumentos, cruz en la paleta y acaricié el gatillo. El tiro retumbó seco en todo el valle y el corzo cayó como si lo alcanzase un rayo. No me lo podía creer había conseguido un corzo muy especial y no sólo eso, sino que lo tenia grabado.                        

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